UNA VIDA POR SEMANA
Un cielo gris oscuro descargaba con énfasis toda la lluvia de domingo que esas otoñales fechas apuntaban sin remedio. No les importaba. Yacían en la cama tras una noche de pasiones y excitación. El hedor que se respiraba en la habitación traducía los hechos sucedidos.
Lorena besó la poblada barba de Claudio, que aún se estaba despertando a causa de los hilos de luz que la tormenta dejaba pasar por su ventana, y se incorporó. Encaminó su excelsa silueta desnuda hacia la cocina para preparar un té.
Entreabriendo los ojos, Claudio observó el movimiento sincopado y melódico del cuerpo desnudo de Lorena saliendo de la habitación. Su pelo rubio también sufrió las consecuencias de la noche, enmarañado y desdibujado. No quedaba un solo cabello en el lugar primitivo que la laca fosilizó hacía apenas unas horas. Sus vivaces ojos azules contrastaban con unos finos labios tremendamente estéticos como tallos de una flor. Dejó caer su mirada hacia los glúteos que se movían al ritmo que marcaban sus cobrizas piernas; pétreas, fornidas y musculosas.
El cuerpo se perdió tras el marco de la puerta; y el vino, el whiskey y demás confituras aparecieron en la cabeza de Claudio en el momento de incorporarse en la cama, recordándole todas las dosis de más que ingirió la noche pasada.
La cama apenas distaba diez pasos de la cocina. Claudio le pidió el té con leche y comenzó a observar los detalles de la cocina. Estaba pulcra, digna de cualquier padre que orgulloso de su emancipada hija. Se acercó al mirador anexo a la cocina. Dominaba desde allí el Central Park y observó que sólo había paraguas protegiendo de la lluvia a unos pocos hombres y mujeres caminando con sus periódicos bajo el brazo. Esos hombres y mujeres disciplinados, amantes de los domingos, de los primeros rayos de sol bajo los amplios caminos que surgían del parque, de los patinadores con sus iPod´s reproduciendo los éxitos del momento, de los hispanos que se juntaban para charlar y bailar salsa o de los raperos con sus radiocassettes. Hoy el plan de estos hombres y mujeres se había truncado, expirando las horas matinales en su apartamento con un plan B: leer los artículos que contenía su periódico: guerras, políticas neocons , suplementos extras de jazz o la agenda cultural.
- Claudio, ya está el desayuno – le interrumpió Lorena a Claudio sus pensamientos para tomarse el té ,ya vestida con un pantalón de chándal y una amplia camisa que ponía I´m eager-.
Claudio le preguntó sobre su camisa, y ella le explicó –mientras se encendía un cigarro para acompañar el té- que era muy inquieta.
- Me encanta estar activa cada día, ¿sabes?. Me gusta estar de galería en galería, asistir a conciertos, pasearme por el Central Park después del trabajo,…y me gusta ir a clubs para ver hombres desgarbados tocando jazz, aunque creo que a partir de esta noche solo iré a verte a ti al Clark´s – finalizó con una sonrisa-.
Claudio asintió con la cabeza mostrando a Lorena que agradecía sus palabras.”A ver si consigues estar activa siete días conmigo”- le dijo con un pequeño gesto de complicidad-. Su rostro apenas brindaba algún resquicio de expresión. Tenía unos ojos aburridos que resaltaban sobre una rotunda barba negra, protegiéndole de agentes externos y del rubor. Una auténtica careta del sector inferior facial que según comentó le transmitía fuerza ante la sociedad, cuando actuaba y cuando tenía que estar con una mujer,-“más si cabe cuando me encuentro con una fémina elaborada de materiales preciosos como tú” dijo.
Cada noche Claudio actuaba con su Cuartet Jazz en el Clark´s, un bar del Harlem que denominaban como café-club, porque equidistaba de un club de media noche, y de un café de bohemios desdichados por el fracaso. Interpretaban canciones de Parker , Coltrane o Lester Young, hasta que el repertorio insinuaba que la noche había llegado a su fin.
Hombre metódico, primero desmontaba su saxofón, limpiándolo como si de él mismo se tratara y finalmente secaba la lengüeta, la cual humedecía con su lengua cada noche,. Alguna vez contaba, de camino a la ruta nocturna de bares de la ciudad, cómo mimaba su instrumento, pero nunca un lunes. Cada lunes contaba como era su chica.
Ya en el coche, se dirigieron a su obligada primera estación: Big Band Club. En el transcurso Claudio les describió parámetro por parámetro cómo era Lorena y sus características.
- Cuatro Jack Daniel´s – le dijo al camarero-. En conclusión- dirigiéndose a sus amigos- es una gran chica, aunque me sirviera el té más frío que nunca he tomado – sonrió-. Si me disculpáis, esta noche me iré un poco antes que de costumbre, ella trabaja de mañana en un museo o alguna sala de arte – dubitó moviendo la cabeza y alzando las cejas-.
La semana transcurrió de forma similar, recogiéndose en casa de Lorena previo al alba para vivir el final de las noches y descansar las mañanas, pasear por Central Park a mediodía, ensayar nuevas canciones al atardecer y regresar después a su casa, el Clark´s.
El sábado Claudio invitó a cenar a Lorena antes de la actuación. Sus vidas confrontaban, el desaliño de él con la disciplina de ella, la no disponibilidad de verse por los horarios de trabajo y alguna que otra diferencia de caracteres eran razones por las que él la suplicó que no se vieran en algún tiempo y la invitó a ir al Clark´s esa noche por última vez. Rechazó su propuesta entre sollozos y lágrimas, jurando que no quería verle nunca más. Esas fueron las últimas palabras antes de levantarse de la mesa y abandonar el restaurante.
Sólo de nuevo, fresco y con unos dólares menos tras pagar una abultada cuenta – juró que nunca volvería- Claudio caminó hasta el parking donde había aparcado su coche, y se fue hacia el Clark´s para interpretar una nueva canción que habían estado ensayando; Lamento de un Guajiro.
Entreabriendo los ojos, desde la cama Claudio observó el movimiento sincopado y melódico con que Christina salía de la habitación para preparar el desayuno. Frío domingo soleado, y una nueva semana que comenzar…
Víctor R.
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